miércoles, 13 de febrero de 2008



GUERRA Y PAZ

Introduzcámonos…
Hay muchas personas que no tienen confianza en el cristianismo porque los que profesamos esta fe nos pasamos el tiempo discutiendo quién tiene más razón o quién está en la iglesia más verdadera. Entretanto, los que lo ven desde lejos se preguntan a qué viene tanta enemistad, tanta pelea, tanta iglesia y tanta discusión.
Es históricamente notorio que los cristianos de un bando y del otro, católicos y protestantes, se han perseguido unos a otros alternativamente cuando han tenido la oportunidad, da igual quién empezara primero. Es la historia de siempre. Los seres humanos tenemos una necesidad enfermiza de posicionarnos en un bando y para darnos razones no hay método más seguro que atacar las del vecino. Así, el creyente se posiciona contra el incrédulo, el ateo contra los creyentes, los agnósticos dicen estar fuera del circuito pero su indiferencia no deja a nadie indiferente y finalmente también mantienen una postura irreconciliable con las otras; los católicos contra los protestantes y viceversa. Tanto monta, monta tanto.
La cuestión es que el problema no es pensar, ya dice un refrán que donde todos piensan igual es que no piensa nadie. El problema de fondo es que convivimos con dificultad con quien piensa diferente a nosotros. Los elementos combinados de temperamento y carácter, de ideología, de cultura, de educación, de raza, de religión, de sexo, de edad o de costumbres, por poner algunos ejemplos, hacen que busquemos de forma instintiva estar junto a aquellos que nos harán la convivencia más fácil porque nos aseguran menos roces y conflictos. Un sarao de mucho cuidado y que los sociólogos vienen estudiando hace ya mucho tiempo. Para mi no tiene arreglo si no dejamos que Dios haga algo, y este pensamiento es bastante paradójico teniendo en cuenta que soy idealista desde la raíz. Pero hay una realidad y es la naturaleza humana que ha demostrado a lo largo de los siglos ser incapaz de mantener este mundo en orden, en paz, en armonía y sin destrucción.
Y digo yo, por lo menos podríamos esforzarnos un poquito para hacernos la vida más llevadera unos a otros. Pero esto ya se hace, ¿no? Eso decimos, con la boca pequeña…
Desarrollémonos…
Resulta obligado e inevitable, por definición, que deberíamos ser los cristianos los primeros en demostrar que con el poder de Dios, en el que creemos, esto es posible. Por lo menos parece que algunos lo están consiguiendo. No obstante, sin ánimo de ser derrotista, estamos muy lejos de proporcionar a quien lo ve desde afuera un espectáculo digno de admiración.
Lo más frecuente es encontrar personas que dicen no tener fe en la iglesia por su actuación en el pasado; otras no creen por la prepotencia de las distintas ideologías y corrientes cristianas, continuamente enfrentadas.
Las dos grandes firmas compiten entre ellas para ver quién se lleva más gente y las PYMIS (pequeñas y medianas iglesias) no se toman en cuenta porque no afectan demasiado a las grandes cuentas. Lamentablemente, por un lado, por lo que significa en cuanto a libertad, y desgraciadamente, por el otro, por lo que significa de deterioro humano, vivimos en un mundo en el que cualquier desequilibrado con iniciativa se monta su chiringuito personal y afirma hablar en nombre de Dios organizando su propio cotarro “espiritualoide”.
Y los espectadores desde el otro lado del escaparate, alucinan y, a veces, no sin cierta desidia, se preguntan quién tendrá la razón. Seguramente ninguno, concluyen, porque si la religión significa enemistad, guerra y muerte, quién la necesita. No vale la pena creer, es sólo un engaño, una camama, una comida de tarro para gente enferma y dependiente sin iniciativa ni libertad.
Hay opiniones más agresivas aún, pero para qué reproducir los improperios que rebajan la dignidad del creyente al nivel de las amebas. Ya conocemos el abecedario…
Pero, ¿y si la culpa es nuestra? No faltan todavía hermanos cargados de buenas intenciones que no soportan que las autoridades religiosas de sus iglesias o congregaciones, si hablamos a nivel de dirección o de experiencia local, se relacionen, planifiquen actividades en común, intercambien el púlpito o se reúnan para orar con religiosos de otras denominaciones. “No debemos mezclarnos con los falsos hijos de Dios”, “no debemos ceder nuestras plataformas de oratoria a las falsas ideologías y creencias”… Paráfrasis arriba o abajo, más o menos.
¿Tienen miedo de contaminarse? ¿Temen perder su identidad? ¿Creen que Dios les prohíbe convivir religiosamente con personas de otra fe? ¿Piensan que así traicionan sus principios? ¿Ignoran que hijos de Dios son todas aquellas personas que viven su fe de forma sincera e intensa, tengan el credo que tengan? ¿Acaso no distinguen entre iglesia de Dios y pueblo de Dios? Pueblo de Dios somos todos los creyentes. Para mi es una verdadera vinculación, porque va más allá de los credos y señala la praxis, que para Dios es más importante. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” Mateo 7: 21 El texto no especifica si es de una iglesia u otra, pero algunos se empeñan en hacer una exégesis de “mercadillo” y hacer decir al texto que la voluntad de Dios sólo la realiza quien está en la iglesia “verdadera”… ¡Tela! El que hace la voluntad de Dios aquel que hace lo que conoce y comprende que éste le ha dicho, otra cosa es que no quiera conocer y caiga en la ignorancia voluntaria, esto es otro asunto.
Pueblo de Dios, iglesia de Dios. Es un buen tema para otro artículo. A él vendremos más adelante.
A pesar de nuestras limitaciones y de nuestra lamentable condición, sería posible, si el poder del Espíritu de Dios actúa en nuestras vidas, que se produjera el milagro de que los distintos grupos religiosos nos lleváramos bien. Esto se da si el Espíritu Santo tiene nuestro permiso para realizar el milagro. ¿Qué podría impedirlo? Nuestros prejuicios, nuestro orgullo, nuestra prepotencia, nuestra falta de humildad, nuestra ausencia de paz interior, nuestros radicalismos, nuestra impaciencia, nuestra agresividad “natural y teológica” hacia otros de distinto credo, nuestra incapacidad para diferenciar entre las ideas y las personas y sus relaciones, nuestro espíritu sectario, nuestro miedo personal y colectivo, nuestras supersticiones religiosas y culturales, nuestra intolerancia, nuestro racismo, nuestro sexismo, nuestra testarudez, nuestra incapacidad para los cambios, nuestra visión escatológica… ¿Interminable? Es la realidad. He visto en una u otra medida distintas combinaciones de esta lista en distintos grados en las actitudes de muchos hermanos en distintas iglesias… ¡Terrible, pero cierto! En cualquier iglesia, no es exclusivo de una denominación concreta, aunque en algunas se ha instalado con más fuerza que en otras.
¡Qué miedo debemos dar desde afuera! Es hora, y así lo vienen entendiendo algunos, de que podamos sentarnos a servir a Dios en determinados esfuerzos coordinados. Por supuesto que las diferencias entre las distintas comunidades religiosas determinan una praxis distinta en su acercamiento a la sociedad y que cada una promueve un estilo de vida con matices distintos, pero eso, y sin pérdida de identidad, no debería ser un impedimento para que aquellos que dicen vivir bajo la gracia de Dios puedan entenderse, servir a Dios conjuntamente y amarse sinceramente.
Parece que la utopía nos está sirviendo un plato frío. Cierto. La historia nos demuestra que, salvo raras excepciones, las distintas religiones cristianas han mantenido relaciones pacíficas en contadas ocasiones, que es más frecuente el enfrentamiento, el aislamiento y la empalizada atrincherada que defiende fronteras a golpe de mortero teológico que la paz permanente. ¡Ojalá fuésemos ignorantes de la historia! ¡Ojalá nada nos desilusionara con tamaña crueldad! Pero como el cristiano es utópico por definición, tenemos que seguir intentándolo hasta que el Señor vuelva y se acabe este mundo desesperanzado para dar lugar a uno nuevo y perfecto. En el intento habremos crecido, habremos madurado, habremos desarrollado tolerancia, habremos adquirido capacidad para dialogar, para escuchar y respetar, habremos desarrollado los dones del Espíritu, a saber, amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio… Gálatas 5: 22
Concluyámonos
Si no desarrollamos las buenas relaciones con los de “casa” ¿cómo vamos a poder predicar del poder de Dios que cambia las vidas para bien? El primer evangelismo se realiza de puertas para adentro, y eso parece llamarnos a los cristianos, en general, a ofrecer una imagen real de paz y amor a todos los que no se consideran dentro de este círculo de creyentes. Las preguntas que podemos plantearnos para la reflexión bien podrían ser: ¿es atrayente el cristianismo visto desde afuera? ¿Damos los cristianos una imagen apetente? ¿Reflejan nuestras relaciones al Dios de paz que predicamos?
Es nuestra tarea pendiente, todavía. ¿Qué podríamos decir entonces de nuestras relaciones con las grandes y pequeñas religiones no cristianas? Capítulo aparte… Pero muchas de las cosas que hemos dicho aquí bien podrían aplicarse a este contexto ahora solamente sugerido.
¿Queremos que la buena noticia sea conocida, por lo menos? Pues no caben excusas. ¿Nos importa más el amor de Dios que nuestra teología particular? No podemos seguir perdiendo el tiempo discutiendo, en el mejor de los casos, alrededor de una mesa. ¿Queremos romper con la imagen de la religión de marketing que sólo busca ganar clientela para su propia ganancia? Prediquemos a Jesús y dejemos que la gente elija sin prejuicios dónde se siente más cómoda e identificada. ¿Amamos de verdad a Dios? Mostrémoslo amándonos sinceramente unos a otros desde el respeto y las buenas relaciones. ¿Imposible? Tú decides, estoy convencido de que Dios tiene el poder de hacer el milagro realidad porque está ocurriendo en muchas mentes y corazones. ¿Te apuntas? Si no es así concluimos nuestro cristianismo en un lapidario Requiestat in Pacem. Dios te bendiga.