miércoles, 26 de agosto de 2009

¡DONDE DIJE FUEGO, DIGO DIEGO!



Este relato viene de alguien muy cercano, amigo, viejo compañero y hombre de iglesia. Me lo contó hace muchos años. Siempre me sorprende cuando lo recuerdo. Mi amigo, ahora el tuyo si quieres, se llama Joaquín. Era estudiante en el Colegio Adventista de Sagunto, CAS para los amigos, ahora Campus Adventista de Sagunto. Estaba interno. Finales de los 70, principios de los 80. El Colegio, no tenía, aún no tiene, una iglesia. Se reúnen en el salón de actos del internado de varones, con lo que hablamos de un edificio en el que todo está integrado y la escalera de acceso a las habitaciones de los chicos baja hasta la entrada misma de la “iglesia”. Ahora tapado con un techo acristalado para aislar el hueco de la escalera del vestíbulo de la iglesia, dejaremos de entrecomillarlo para mayor comodidad, y cerrado a la vez por una puerta que aísla y separa dicho vestíbulo del vestíbulo del internado. Cuando Joaquín vivió esa experiencia no había nada de todo esto.
Cuando esto ocurrió, el CAS era una institución pequeña, había pocos alumnos y era todo mucho más familiar de lo que ahora es. Era imposible que una visita así hubiese pasado desapercibida para alguien de la iglesia. La cuestión es que apareció en el pasillo dispuesto a ayudar con un lebrillo… Por cierto, ¿de dónde había sacado un lebrillo? En todo el internado no había ni siquiera uno. ¿De qué chistera sacó esa palangana? Asimismo lo refleja Joaquín en su relato.
Preguntas sin respuesta para alguien no creyente. Para un creyente tiene una explicación. Cuando Joaquín contó esta historia los que lo oyeron y él mismo llegaron a la conclusión de que aquel “providencial” joven bien podría ser un ángel del cielo enviado para ayudarlos y proteger el colegio, entonces una institución joven y pujante.
¿Increíble? Sucedió bien cerca de aquí. Una de esas intervenciones anónimas, sin heroicidad, sin medallas y misteriosas que tienen lugar a veces a nuestro lado. Puede estar sucediendo ahora, en tu propio entorno. Nunca dicen quienes son. No dejan tarjeta de visita. No buscan reconocimiento. Son discretos. Procuran pasar desapercibidos. Para mí es una de las evidencias de que alguien cuida de nosotros, más de lo que aparenta. Como yo, te estarás preguntando ¿por qué unas veces sí y otras no? ¿Por qué suceden cosas tan terribles en este mundo y no parece haber nadie entonces para pararlas? Me respondo a mi mismo desde la ignorancia: “No lo sé”. Pero estas huellas de su cuidado por nosotros me dice que Dios hace más por nosotros de lo que parece. Que el libro de las revelaciones por excelencia, el Apocalipsis, nos dice que Dios retiene los cuatro vientos de la tierra. Las tensiones humanas, los problemas, los conflictos. Entonces, si eso es así, ¿qué sería de nosotros sin esa labor de contención? Dios no nos priva de libertad pero se las arregla, de alguna forma, para impedir que nos destruyamos a nosotros mismos. Pero ha de llegar a un punto nuestro egoísmo y nuestra maldad que la intervención de Dios roce ya el extremo de la libertad y el ser humano el de su propio techo. Entonces no podrá intervenir más y los cuatro vientos serán liberados
Este es el relato de Joaquín. Disfrútalo, vívelo y sorpréndete:
Era sábado por la tarde, había una reunión en el salón de actos. Yo estaba en mi habitación y empezaba a anochecer. Decidí pasar a la habitación de mis amigos, el pestillo estaba roto, parecía el bazar del internado.
Al dirigirme a su habitación, no encendí la luz del pasillo, observé por debajo de la rendija una luz a borbotones. Abrí la puerta y contemplé una de las dos estanterías que estaba envuelta en llamas, la estufa estaba en el suelo, metida debajo del último estante y había prendido en unas cajas con calzado.
Inmediatamente corrí a mi habitación para coger mi cubo y salí rumbo a los servicios para llenar el cubo. Mientras llegaba a ellos grité: “¡FUEGO FUEGO!”. Llené mi cubo de agua y al salir del servicio observé que nadie subía y volví a gritar “¡FUEGO FUEGO!”.
Luego me dijeron que en la primera ocasión entendieron Diego. Pero con mi segundo aviso finalmente reaccionaron.
Mientras la gente subía, yo llegue a la habitación y arrojé mi primer cubo de agua, las llamas eran cada vez mayores. Cuando salí de la habitación para dirigirme a por mi segunda recarga, todos estaban empezando a llegar al inicio del pasillo en dirección a la habitación de donde yo salía. El encargado de los cuadros de luces corto la luz y como ya era de noche todo quedó en tinieblas. Yo seguía corriendo en dirección a los servicios y a la gente que venía hacia mí. Cuando estaba apunto de entrecruzarme con el gentío que venía de frente, de pronto, coincidiendo con el haz de luz de una linterna que alguien llevaba y que oscilaba de un lado para otro en medio del tumulto, justo en ese momento, en medio de todo el grupo se aproximaba a la habitación para ver qué pasaba, casi arrollo a una persona que llevaba una palangana llena de agua, algo de ella se derramó. Casi nos damos de frente, pero no llego a haber contacto y en ese preciso instante, como ya he dicho, la luz de la linterna pasó por su cara. Por eso sé que era rubio y un poco más alto que yo.
Ese momento ha quedado grabado en mi mente, y lo recuerdo como si hubiese pasado ayer.
Tras esas décimas de segundo, yo me aparté y proseguí mi carrera y mi segunda descarga de agua se realizó. Posteriormente, subieron un gran bidón y se apagó el fuego. Cuando todo se calmó, me acordé de aquella persona que en medio de la primera oleada de gente, que no sabían bien qué pasaba ni adónde, llevaba una palangana llena de agua. Pero quedaban dos cuestiones por resolver: 1. La persona no era conocida y 2. La palangana, ¿de dónde la había sacado? Busque a la persona y no la encontré, busque la palangana por la habitación los pasillos y los servicios y tampoco la encontré. Pregunté al encargado del almacén y nadie le pidió una palangana y lo que es más chocante, en todo el internado no había ninguna palangana.