miércoles, 27 de abril de 2011

UNA VOZ SUAVE Y DULCE



Cuánto más leas este blog más afirmarás dos posibilidades, o quizás una tercera: cerrar y dar la espalda, observar por la mirilla, o abrir la puerta. Sí, porque parece increíble que pueda estar compartiendo todo lo que lees aquí. Muchas preguntas vienen a tu mente como vinieron a la mía. “¿Es posible realmente todo lo que me están contando?” O, “mira, hazme un favor y cuéntame cosas que sucedan a gente de estos lares porque tengo la sensación que esto sólo les ocurre a personillas de otros países”…, con el consiguiente prejuicio cultural que esconde esta afirmación…

Sabéis de lo que hablo. Por eso, los relatos de personas de otros países están mezclados con experiencias de la gente de aquí, tan racional, inteligente, preparada, empírica, desarrollada, estudiosa, reflexiva, juiciosa, lógica y razonable. ¡Ay, que se me escapa el sarcasmo por los dedos y no me gusta! Os pediría disculpas y os diría que me he dejado llevar, pero en una redacción un pelín elaborada eso no cuela. Bueno, vale, lo siento, pero es que es una autocrítica que me impongo, no puedo presumir de nada porque en este prejuicio he caído yo mismo.

No, no es casual. Hemos llegado a pensar que ese tipo de cosas sólo les ocurre a las personas de grado mental inferior, manipuladas, enfermas, esquizofrénicas, obsesivas e iluminadas. Lo he escuchado muchas veces. Yo mismo lo pensé durante un tiempo y en círculos cerrados lo hemos comentado. Nunca se dice en público para que el hermanito que se cree tocado por el dedo de Dios no se ofenda, ni se sienta humillado, pero subyace en el fondo un espíritu que se cree superior al otro. A ese al que le pasan cosas que no encajan en nuestra mente racional. Sé de lo que hablo, lo he vivido muchos años. Lo hemos compartido juntos. También contigo, si me estás leyendo y me conoces desde hace años.

Ahora ya no. Por eso también me atrevo a contarte cosas que me han sucedido a mí mismo desde hace tiempo. Válgame la insistente redundancia. De forma ocasional, en años pasados,  porque nunca abrí demasiado la puerta a esa forma de vivir con Dios, y ahora de forma continua porque por me atreví a intentarlo desde el fondo del pozo, pero esto ya te lo he contado en otras entradas en este mismo blog.
Esta historia que comparto contigo  no es de nuestro continente. No será la primera ni la última, sucede allí y afortunadamente sucede aquí.

Un domingo, Elia Martínez, de Colombia, visitó a un comerciante y a su esposa en su hogar. Elia era colportora, vendedora de libros religiosos en su país. El matrimonio se mostró excitado desde el primer momento. Mientras Elia presentaba los libros sentía una creciente extrañeza ante su inusitado interés. Al final de su presentación él le preguntó: “Usted dijo que con esta obra nos traerá la Biblia. Entonces anóteme. ¿Usted cree en Jesús?”
Elia respondió: “Claro que sí”.
A continuación le contó que hacía cinco días que él y su esposa habían tenido un mismo sueño y a la misma hora. Esa noche, él se había despertado impresionado y despertando a su esposa le dijo: “Despierta, que te voy a contar algo hermoso”. Acababa de soñar con Jesús. Lo había visto amable y atrayente y había oído una voz suave y dulce que le había dicho: “Sigue a Jesús. Ten fe en él. Pronto vendrá una persona que te explicará más”.
La esposa se emocionó muchísimo porque acababa de tener el mismo sueño y había escuchado la misma voz con idéntico mensaje.

En medio del relato, ella añadió un detalle que conmovió a la colportora. Le dijo: “Esa voz suave y dulce que oí en mi sueño era la misma voz de usted”. Entonces añadió: “Venga a enseñarnos la Biblia”.
Esa misma semana Elia comenzó a estudiar la Biblia con ellos y  empezaron a asistir a la iglesia.

¿Raro? No. He conocido a personas así. Mi propia madre una vez tuvo un sueño que le advirtió de una mujer a la que no debía recibir, o por lo menos ella tuvo una extraña sensación de peligro cuando la vio subir las escaleras de mi casa. En el sueño una persona llamaba al timbre y un vecino la abría la puerta. Comenzaba a subir las escaleras y mi madre se asomó a ver quién era; nosotros vivíamos en el último piso. Su mirada se cruzó con la de la visita y ella sintió miedo.
Se levantó al día siguiente con aquel mal cuerpo que le dejó el sueño y con el rostro de aquella señora grabado en su memoria. Nunca la había visto. En ese tiempo mi madre se debatía entre algunas opciones religiosas. No tenía claro si debía quedarse donde estaba, explorar otras opciones. No tenía la seguridad de en qué iglesia recalar.

Sorprendeos. Durante la mañana llamaron a los timbres. Una vecina abrió. Le gente no eran tan desconfiada hace más de cuarenta años. La señora que había llamado empezó a hablar con la vecina del primero. Era una mujer de determinada filiación religiosa. Mi madre se quedó escuchando en el hueco de la escalera con curiosidad. La vecina la despachó amablemente y siguió subiendo la escalera para seguir llamando a las puertas. En  una casa de tres pisos, los que habéis estado alguna vez en mi casa lo sabéis, es fácil controlarlo. Cuando estuvo en el ángulo de visión de mi madre y la observó, se le heló la sangre en las venas. ¡Era la señora del sueño! La susodicha señora no llegó a alzar la mirada hacia mi madre, pero ella la reconoció perfectamente. Era la señora de su extraña pesadilla.
Se metió en casa corriendo y cuando llamó al timbre, previa visita a la vecina del segundo, no abrió la puerta y se hizo la ausente.

¿Casualidad? Cuando ella explicaba esto siempre insistía en que nunca había visto a aquella buena mujer, pero para ella el mensaje de Dios fue claro: “Esta opción no te conviene. No la escuches”. Desde aquel día mi madre frecuentó más la iglesia que tú y yo conocemos bien. Se sintió llevada por la mano de Dios y protegida de rodeos. Otros deben darlos, mira por donde, pero el Señor conoce lo que a cada uno le conviene más.

Conocí a una señora extraordinaria que dio muchos rodeos para encontrarnos. Lourdes. Escucharla es comprobar cómo la fe de una persona es capaz de rebuscar hasta debajo de las piedras con tal de encontrar lo que necesita. Ella es muy racional. Es una mujer muy culta y preparada. Pero el Señor no le dio respuestas inmediatas. Tuvo que leer aquí y allá, tuvo que estudiar con estos y con aquellos para llegar a conclusiones que su mente pudiera haber asimilado, racionalizado y comprendido. No se hubiera quedado a las primeras de cambio con lo que ahora tiene. Tuve el privilegio de bautizarla. 

Otro hubiera protestado a Dios por tanto rodeo, pero ella daba gracias al Señor por haberla llevado con paciencia hasta el camino que buscaba. Sí, se preguntó muchas veces el porqué de una búsqueda tan larga, pero en nuestras conversaciones, pareció quedar claro que tenía que ser así. No es que Dios se esconda sino que nos prepara para recibir el mensaje que tiene listo para nosotros cuando llega el momento oportuno. No nos abandona, nos acompaña, nos guía y cuando por fin encontramos nada nos mueve del sitio porque hemos alcanzado la seguridad y la convicción de que hemos hallado lo que anhelábamos.

Mi madre no era así, era más sencilla en sus planteamientos, pero también dio sus rodeos y tuvo su tiempo de decisión. Alguno me dirá, acabas de caer en una contradicción porque esto que dices ahora no encaja con tu discurso del inicio. Pues mira, no. Porque yo he sido como Lourdes, y creo no haber perdido un ápice de racionalidad, que no es sinónimo de inteligencia, no nos confundamos, todos somos inteligentes y hay muchos tipos de inteligencia, y en cambio estoy viviendo cosas que antes sólo les ocurrían a personas que yo tildaba de crédulas. Ya ves que paradoja. No hay dos casos iguales.

Como vengo diciendo hace tiempo: “Atrévete, déjate ir, aparca tus defensas intelectuales y ábrete a otra forma de vivir la fe. Curiosamente no perderás inteligencia ni intelectualidad, sino que la enriquecerás”. Nadie es mejor que otro por creer esto o aquello o por vivir las cosas de una forma o de otra. Lo que comparto aquí contigo es una alegría por haber descubierto salas del palacio de la fe que para mí habían estado cerradas porque nunca quise usar la llave que me ofrecían, pero estamos en el mismo palacio. El mismo que el de las personas que no creen, ya ves. Porque soy de los que piensan que Dios bendice y ayuda a todas las personas de buena voluntad. 

miércoles, 13 de abril de 2011

LUCHAS INVISIBLES


Es difícil hacerse una idea real del conflicto que los ángeles y los demonios libran por ayudarnos o destruirnos, según sea el caso.

En ocasiones… Veo muertos. ¡No, no! ¡Ja, ja, ja! Es casi imposible decir estas dos palabras sin acordarse de la película: “El Sexto Sentido”. Ahora en serio, en ocasiones el velo se descorre. Los ojos humanos son abiertos a esa otra realidad oculta y contemplamos sucesos extraordinarios. Esto que voy a relataros ocurrió en Uruguay.

En la ciudad de Florida había un colportor. Para los que no saben lo que significa esta palabra super-hiper-mega-adventista, diremos que es un vendedor de literatura adventista que contiene el mensaje de salud integral que predicamos: mental, espiritual y físico. Para abreviar. Dicho colportor, en su trabajo diario, había contactado con un grupo de espiritistas que se interesaron en su mensaje religioso. Este hombre, no obstante, fue trasladado a otro territorio y este grupo pasó a ser atendido por el director de colportores de la zona.

En la primera oportunidad en que el director les contactó, el médium, director de las reuniones del grupo espiritista y canal de comunicación con los espíritus, lo invitó a que les hablara en su sesión nocturna. Ese día sucedieron cuatro claras evidencias del poder de Dios.

La primera fue ésta. Cuando el director de colportores fue a preparar el estudio bíblico que iba a presentar en ese primer encuentro, oró al Señor y recibió una respuesta inmediata. Todavía estaba orando, cuando vino a su mente con total claridad, todo el esquema del tema que debía presentar. Vio cada una de sus partes y la forma de introducir a Jesús dentro del estudio. Los que estamos acostumbrados a predicar sabemos que el Espíritu Santo actúa así. Es sencillamente sorprendente, no se puede explicar. De manera que para mí esta evidencia es totalmente fiable.
Antes de levantarse de la oración agradeció al Señor por su respuesta increíble. Tenía la convicción de que aquella noche iba a suceder algo extraordinario. Esta convicción acompaña a la presentación de un tema si hemos dejado que Dios abra nuestro entendimiento a su voluntad.
Este hermano nunca había asistido a una sesión espiritista, y se sentía curioso pero estaba tranquilo. Confiaba plenamente en que los malos espíritus no podrían hacer nada en presencia de un enviado de Dios y de su ángel. Para los adventistas los muertos yacen en la memoria de Dios y su consciencia perdida en la tierra del olvido. Creemos en la resurrección, en el día final, y entretanto los muertos desaparecen porque la materia vuelve a la tierra de dónde salió. Para nosotros los fantasmas son demonios que asumen la forma humana para engañarnos y hacernos creer en lo que la Palabra no dice. Pero éste es otro tema. Sólo lo refiero para explicar este punto.
Cuando el director llegó a la reunión encontró una habitación escasamente iluminada y a una veintena de personas sentadas en semicírculo junto a uno de los extremos de la estancia. El médium estaba sentado frente a ellas, detrás de una gran mesa.

Ésta fue la segunda evidencia. La sesión empezó en seguida. El médium leyó media página de un libro espiritista e invocó a los espíritus. Ninguno respondió. Volvió a leer otro párrafo de su libro y a llamar con más ahínco y fervor a los seres del más allá… Repitió estos intentos durante unos veinte minutos sin resultado visible alguno.
Durante todo ese tiempo, el director de colportores estaba orando en silencio por aquellas personas. Finalmente, el médium, claramente frustrado, cerró su libro, lo arrojó nerviosamente sobre la mesa, e invitó al director a hablar. De manera que no se produjo ninguna manifestación de los espíritus habituales.

La tercera evidencia fue ésta. El colportor sintió que el poder de Dios estaba con él y en los demás. Sucedió algo, que un predicador conoce bien. Mientras presentaba el estudio, sintió  una claridad mental y una libertad de exposición que no reconocía como propias. No le eran naturales y no las había experimentado antes. Los oyentes estaban muy atentos y realmente interesados. Cuando terminó el estudio, el médium le dijo con insistencia: “¿Cómo? ¿No nos habla más? Siga, que queremos conocer más de la verdad”. Entonces el colportor les dio un segundo estudio bíblico.

La cuarta evidencia es muy especial. El colportor regresó a casa. Su esposa estaba acostada. A la mañana siguiente ésta le preguntó: “¿Dónde estuviste anoche, a eso de las ocho?” Él contestó: “Predicando en una sesión espiritista. ¿Por qué?” “Porque anoche, a esa hora, sentí la impresión de que estabas en grave peligro y me puse a orar por ti.”
El colportor siguió asistiendo  a esas reuniones. Desde su primera visita se transformaron en un tranquilo y sencillo estudio de la Biblia.
Después de la séptima reunión, el director pensó que ya era tiempo de explicarles la verdad acerca del estado de los muertos y de su error con su experiencia espiritista. Para ello visitó primero al médium en privado. Éste le reveló entonces algo escalofriante pero muy importante. Le contó acerca de la silenciosa e impensable lucha espiritual que se había librado en ocasión de su primera visita al grupo. En esa ocasión, una señora había llegado tarde a la sesión, cuando el colportor ya había iniciado su discurso. Abrió la puerta de la habitación y quiso entrar, pero vio agazapada detrás del médium, una tenebrosa figura, de expresión maligna. Tanto se asustó, que no se animó a entrar y retrocedió hasta que recuperó el aliento.
Cuando se repuso del susto, abrió de nuevo la puerta y se asomó un poco más, para ver al colportor que estaba hablando en el lado opuesto al del ser que continuaba allí visiblemente fastidiado. Detrás del colportor vio un resplandeciente ángel blanco, con las alas extendidas sobre el director, protegiéndolo del mal espíritu que seguía amenazante detrás del médium.
La señora se quedó contemplando extasiada al ángel de luz, hasta que alguien la invitó a entrar definitivamente y a sentarse.
Al oír este relato, el colportor entendió porqué en aquella primera visita, y en las siguientes, no hubo ninguna manifestación espiritista y por qué había sentido tanta libertad mental y tanto poder para presentar el estudio bíblico.

Diez de aquellas personas espiritistas se unieron a la iglesia adventista. Los primeros fueron el médium, de nombre Longino, y su esposa. El colportor que los encontró fue Catalino Paiva, y el director de colportores que los instruyó fue Nicolás Chaij.

Ahí queda el relato. Interesante, ¿no es cierto? A nuestro alrededor hay una pugna constante por nosotros. Unos quieren nuestro bien, otros nuestro mal. Siempre están actuando. Cuando se lo pedimos y cuando no se lo pedimos. Podemos solicitar a Dios que los ángeles de luz nos sostengan en todo momento y si no perdemos de vista el poder de Dios y nos mantenemos en permanente conexión con él, lograremos más cosas de las que habitualmente conseguimos.  Como Pedro, andando sobre las aguas, podemos llegar a pensar que es fácil hacerlo por nuestros propios medios. La experiencia de Pedro nos enseña que necesitamos depender constantemente del Señor. Veo sonreír a algunos… ¿No os lo creéis? Atreveos a probar, es fascinante. No saldréis defraudados de la dirección de Dios en vuestras vidas. Abrazos a todos.

En ocasiones veo… ¡Cosas maravillosas! ¡Disfruta de la vida junto a Dios!

martes, 5 de abril de 2011

OCURREN COSAS...



La diferencia entre ver y no ver es una cuestión delicada aunque parece fácil. El Maestro dijo: tienen ojos y no ven o, incluso, el que tenga oídos para oír, oiga. El refrán reza: No hay peor ciego que el que no quiere ver. He pasado años delante de evidencias que hablaban pero no las entendía. Me interpelaban, me gritaban y a veces incluso me sacudían… Pero no era capaz de ver porque mi mente estaba cerrada. Estaba programada de otra manera, estaba condicionada por mis conceptos inamovibles y un montón de paredes que configuraban mi laberinto personal de racionalidad, orgullo, muchas veces, y simple lógica otras. Todo rodeado de un vapor de libertad tan volátil como impalpable.

Pero a mí alrededor estaban ocurriendo cosas continuamente. Las atribuía al azar, la casualidad, la misericordia de Dios posiblemente o a la conjunción de circunstancias. Sí, creía en la causalidad, siempre lo pensé, pero no era capaz de vivir aquello que me contaban que otros vivían. Era para ellos, porque el Señor que tiene una paciencia infinita y es capaz de adaptarse a las pocas o a las muchas luces de cada cual. Esas cosas les ocurrían porque de otra forma sus entendederas no abarcaban lo que el cielo quería decirles…

Para mí era una forma de vida simple, sólo apta para personas engañadas con conceptos simples y peligrosos. Si pides te dan, si no pides no tienes nada. Con las injusticias y las cosas terribles que hay en el mundo que Dios se entretuviera concediendo cosas simples, innecesarias, intrascendentes e incluso egoístas, me parecía insultante, poco dado a la razón. Poco sensato. Provocativo. Injusto. Agraviante.

Esas cosas casi había que ocultarlas porque las personas que no creen en Dios podían tomarlas como absurdas, ilógicas e impresentables. Si alguna vez me había sucedido algo fuera de lo común, como no podía negarlo, lo contaba, pero más como una excepción muy bien justificada que como algo cotidiano en lo que podía confiar. Tenía que estar como excelentemente encajado en mi sistema.

He aprendido en el llanto. He aprendido en el fondo del pozo. He aprendido a desaprenderlo todo y a deconstruirlo pieza por pieza. El Señor me tomó de la mano y me abrió los ojos. Me dijo: Las cosas no son como tú las piensas. Yo soy libre y hago y deshago como es mejor. Nadie me limita, actúo cuando lo creo oportuno, necesario, conveniente y justo. Sí, incluso justo. Tus ideas son tu propio límite. Nunca os obligaré a nada, nunca habrá coacción, chantaje o esclavitud, pero eso no me impide seguir ejerciendo el límite al mal para que nada se destruya antes del tiempo previsto. Ocurren muchas cosas malas, pero nadie impedirá que también ocurran muchas cosas buenas. Mucho depende de vosotros. Más de lo que creéis. Pedid y no os limitéis, en ello va la fuerza de vuestro testimonio, más de lo que quisierais.

Aprendido en el dolor, digo, pero asimilado con placer, con gratitud, con agrado y en paz. Hoy mi vida es distinta. Mi relación con Dios también. Lo ha cambiado todo. Ha habido que hacer muchos cambios. Hoy, sigo aprendiendo. Más abierto que nunca a lo que él me quiera decir. Tratando de “entrenarme” para aceptar sus planes, su dirección. Más dispuesto que ayer a escuchar su voz, pero menos de lo que lo estaré mañana. Ordenando mis pensamientos, limpiándolos, controlándolos, rindiéndoselos a él, en definitiva. Es una lucha de cada día, no cesa, es constante y se prolonga mientras esté en vigilia. Un poco, sólo un poco más cerca del amor de 1ª Corintios 13. Abriendo ese don hacia todos. Sin rencor, sin reproches, sin acritud, sin resentimiento, sin ensañamiento, sin hundimientos irreparables. Siempre dispuesto a luchar con las armas del amor, siempre levantándome tras cada caída, siempre presentando al mal una fe ciega en la misericordia de Dios, siempre con ganas de sanear mi interior por mucho que duela, siempre asido de su mano divina.

Muchas veces agotado, golpeado, atacado o agredido, pero tantas otras sorprendido, maravillado, animado y sostenido por la Gracia de Dios actuando en mi mente y mi corazón.

Como dije en: ¿Ángeles o Demonios? Dispuesto a ser ángel más que nunca, instrumento en manos del Señor para seguir ofreciendo paz y tendiendo la mano a quien lo necesite.

Ocurren cosas. Maravillosas. Son ciertas. Pueden ocurrirte a ti también, el precio a pagar no es muy alto, pero puede ser muy doloroso, no te lo voy a ocultar. No necesitas que todo se derrumbe a tu alrededor para ello. Da sólo un paso hacia una nueva comprensión de las cosas.