jueves, 13 de enero de 2011

DIOS HABLA HOY


No es el título de la famosa Biblia en lenguaje cercano. Es una experiencia vital. Es una realidad palpable. En este blog hemos hablado de ángeles todo el tiempo y de circunstancias especiales que son susceptibles de una clara intervención divina.

No hace tanto tiempo he entrado en una nueva dinámica personal, íntima y real con el Señor que quiero compartir con vosotros. Un autor: Jim Hohnberger, abrió mis ojos, como nunca y nadie antes, acerca de la percepción de la presencia divina en nuestras vidas. El libro: Escape a Dios. Os lo recomiendo vivamente. Desde entonces me han pasado cosas extraordinarias. Muchas. Algunas son increíbles, otras entran en el cotidiano vivir como algo nuevo que antes no percibía de esta manera. He vivido situaciones sorprendentes e inesperadas. He aprendido que el Señor nos habla. Sí, no sólo a través de las circunstancias, de las personas o de la propia Palabra, elemento imprescindible y el más importante. Nos habla a través de nuestro propio pensamiento. Podemos conversar con él. A veces sólo son impresiones, intuiciones, y muchas otras mensajes claros, precisos, concisos que siguen el hilo de nuestros pensamientos, preguntas y preocupaciones en la espera de respuestas.

No, no estoy chiflado. No es una patología psiquiátrica. Os cuento en seguida la primera experiencia que viví. La primera de estas características. Me da un poco de vergüenza contarla, pero vale la pena. Es tan real como imposible, pero me sucedió.
Fue al poco de empezar a leer el libro. Un libro que agradezco a una buena amiga: Graciela. Un día me lo regaló y estuvo en la estantería durante más de un año, creo yo. Empecé a leerlo en el momento justo. Estaba necesitando una renovación, un nuevo nacimiento, un reavivamiento, un cambio fehaciente, palpable y radical. El Señor lo tenía preparado para mí en el momento justo. Él siempre va por delante, prepara el camino y las circunstancias, orquesta la vida como una sinfónica y todo encaja en su momento preciso…

Antes de seguir quiero deciros que toda la vida he sido muy racional. Me diréis, todo el mundo lo es. Quiero decir que es una extraña paradoja que haya sido una persona aferrada a la fe. Mi forma de pensar es más cercana al empirismo que a la creencia por encima de lo invisible. Por un lado he crecido en un medio de fe y mi tendencia, desde bien pequeño, ha sido creer y punto. En un determinado momento se combinó con aquello que llamamos madurez y que acaba imponiéndose porque está pujando desde la infancia hasta que se manifiesta, nuestro verdadero yo. Un yo más racional, que no es cuestión de inteligencia.

Sigo pensando que aquello que llamamos milagro esconde conocimientos y leyes que ignoramos y que no sabemos explicar. Veo a Dios como un científico, no como un mago y creo en su capacidad absoluta y total, un poco redundante pero así expreso mejor mi convencimiento, para crear y luego usar todo lo creado de forma que nada se deteriore y todo siga discurriendo de forma ordenada. Al revés de lo que le ocurre al ser humano. Nosotros hemos demostrado que somos únicos a la hora de generar el caos y alterar el orden natural de las cosas al tratar de arreglar el mundo y su entorno. Hacemos muchas cosas buenas pero en la misma proporción las estropeamos. Un ejemplo clásico: las medicinas…

Toda esta introducción es para explicar que entrar en esta dinámica de hablar con Dios en mi mente ha sido todo un reto, pero llegó a mi vida en el momento clave. Mi buena y querida esposa aprendió esto hace muchos años y siempre me ha dado lecciones. A veces envidiaba sanamente las respuestas que el Señor le daba cuando en momentos críticos le respondía a través de la Palabra o de otra forma, incluso en su propia mente. Yo siempre pensé que nuestro buen Papá del cielo se adapta a cada persona y responde de forma que cada cual le pueda entender y aceptar. Sigo pensándolo, pero llegó un momento en mi vida en la que Él eligió proponerme una nueva etapa. Estaba preparado, porque una cosa increíblemente buena que tiene es su sentido de la oportunidad, por eso es Dios. No hubiese podido sugerírmelo antes de forma tan eficiente, aunque poco a poco fue preparando el terreno. Pero insisto, estaba listo para algo distinto y lo necesitaba, ya no podía avanzar más sin seguir hurgando en mis dudas y temores, en mis miserias y mis lagunas. Entonces empecé a leer el libro y fue como abrir mi mente a una nueva realidad.

Empecé a hablar con Dios y a esperar respuestas. A escucharle. No de forma esporádica sino diariamente. Era casi contrario a mi naturaleza, porque una cosa era orar y otra escucharle. Nos habla a través de nuestra conciencia, es él, es el Espíritu Santo. Siempre está ahí, a veces en un leve susurro. Es esa convicción de que lo estás haciendo mal a pesar de que sigues adelante con tus absurdos planes, es ese temor de que estás avanzando por terreno peligroso a pesar de que crees que encima es Él quien te está llevando de la mano. Es esa sensación, esa impresión de peligro, ese aviso, esa alarma… Es a veces un pensamiento nítido y claro que te dice lo que es mejor hacer. A veces casi ni lo oímos y otras grita. Siempre está ahí y hemos sobreentendido erróneamente  que simplemente éramos nosotros. En otra sentada os argumento un poco esto porque además hay textos bíblicos y experiencias claras de que la cosa es así, pero nunca nos las han contado desde esta perspectiva.

Me encontraba de camino a Víllora para realizar un entierro. Una querida veterana, Predes, había fallecido. En mi coche viajaban conmigo algunas personas de la iglesia de Timoneda, en Valencia, personas muy queridas para mí. El cielo estaba negro como esos días en los que piensas: “¡Nos va a caer una encima que no te cuento!” Entretanto íbamos hablando animadamente en el viaje iba orando para que pudiésemos tener un entierro sin contratiempos climatológicos, pero conforme  nos acercábamos a la población la situación empeoraba. No las tenía todas conmigo.

Una vez en Víllora, fuimos a ver a la familia. Estaba todo preparado en un garaje de la casa del hermano de la difunta. Un garaje pequeño. El lugar era muy bonito, una de esas poblaciones que resultan entrañables y agradables en cuanto las pisas. La calle era estrecha y se llenó de gente, en aquel pequeño lugar nos arracimamos todos los que pudimos y pensé que sería difícil que todos me oyeran y que debía ser breve. Afortunadamente cuando se inició la ceremonia el anfitrión, persona muy respetada en el pueblo, pidió silencio y todo el mundo enmudeció. La estrechez de la calle y el silencio sepulcral fueron suficientes para que pudieran oírme. Hice una oración silenciosa e inicié la reflexión. Fueron momentos emotivos, pero mientras la luz del Señor brollaba en nuestros corazones, afuera la cosa se oscurecía un poco más.

Terminé pronto y como la costumbre era seguir andando al coche fúnebre hasta el cementerio, así lo hicimos todos. Andando podíamos haber tomado un camino corto que llevaba del pueblo al lugar y que circulaba por un sendero de tierra que pasaba al lado de un pajar, lugar rústico y hermoso. No era el recorrido que un coche de estas características pudiera realizar. Todos tomamos el camino largo que descendía hasta la carretera y que ascendía hacia la tierra del silencio bordeando el pueblo. Las nubes no podían tomar un color más negro del que ya habían adquirido y a mí la sensación de que volveríamos al coche empapados me iba venciendo. Empezaron a caer las primeras gotitas pero aún se aguantaba amenazante, aunque fuera por los pelos, el inmenso chaparrón que había estado ahorrando agua para el momento más inoportuno.

El cementerio era chiquitito en extremo. Los pocos nichos que había no levantaban más de dos apartamentos, y todo estaba salpicado de pequeñas lápidas. Era como una miniatura y muy antiguo. Para llegar al extremo donde habíamos de depositar los restos de Predes teníamos que sortear lápidas y tumbas que dejaban un paso estrecho. Había superpoblación en el lugar y las dimensiones configuraban un pequeño cuadrado que se recorría en apenas 30 pasos. Terminaron pronto porque hasta los operarios temían el chaparrón. Justo terminar empezaron a caer las verdaderas grandes gotas que anunciaban el diluvio que nos venía encima.

En ese momento estábamos saliendo por el arco de piedra de la verja oxidada de la entrada y todo el mundo se despedía apresurado porque además empezó a soplar un fortísimo viento que nos empujaba. Me giré para ver qué traía el viento, de espaldas al cementerio, y por la cuña de entrada que formaban dos montañas vi la que se nos avecinaba. El viento estaba levantando una polvareda tremenda. La lluvia se acercaba en forma de cortina. Ya sabéis. Hay chaparrones que avanzan como una muralla a través de la cual no ves nada. Las montañas iban desapareciendo mientras la cortina de agua y el polvo amarillo avanzaban impidiendo ver nada a su través. La verdad es que impresionaba porque los relámpagos centelleaban en medio de aquella mole que se acudía a nuestro encuentro con rapidez. Delante de nosotros los abuelitos del lugar, que eran la mayoría, se esforzaban en avanzar sin caerse al suelo, esta vez todos por el camino corto y de tierra. Se iban agarrando unos a otros y los gotones ya estaban volviéndose más violentos, rápidos e insistentes. Recordé el libro de Jim y lo que él estaba tratando de enseñarme en sus páginas. Oré. Le dije a Papá: “¿Señor, puedo atreverme a pedirte que pares esto? Inmediatamente una voz en mi mente, que parecía la mía pero que me respondía con una seguridad que no me era propia me dijo: “No tenéis más porque no pedís. Pídemelo.” Casi para mi sorpresa absoluta me sorprendí respondiendo: “Sea. Te lo pido.”

¿Qué pasó? No os lo vais a creer. Incluso mientras trato de escribir esto diez veces porque las lágrimas me nublan la vista y me equivoco de tecla continuamente de la emoción, aún me parece que no me ha pasado a mí. El viento cesó, las gotas dejaron de caer. Me entró como un ataque de fe porque la conversación había sido tan intensa como rápida y los acontecimientos sucedieron en un abrir y cerrar de ojos. Me giré. ¿Qué pensáis que vi? Nada. La muralla había desaparecido. Todo estaba empapado a pocos centenares de metros y más allá pero sólo soplaba un suave viento. El sol asomaba a lo lejos. Mis ojos se abrieron como platos y empecé a llorar y a dar gracias al Señor como un niño. No me lo podía creer. Me había pasado a mí y el Señor le había dado al pastor racional y en plena crisis de fe la lección más grande de su vida. Me conmocioné de pies a cabeza. Quería contárselo a alguien pero ¿a quién? Me animé a hacerlo con una buena amiga a la que le han pasado cosas tan sorprendentes como esta. Ella me creyó a pies juntillas. Le pregunté: “¿Oye Luisi, has notado algo extraño?” Ella me dijo con naturalidad: “Sí, que ha dejado de llover.” “No te vas a creer lo que me ha pasado”, le dije. Y vaya si me creyó. Juntos alabamos emocionados el nombre del Señor.

Devoré el libro con un hambre como nunca había tenido. Desde aquel día inicié el camino más abierto y sincero hacia una segunda conversión al Señor. Nunca antes había visto una orquestación tan grande del poder de Dios. Allí debió de haber mucho movimiento de demonios y de ángeles. El Espíritu del Señor estaba, os lo puedo asegurar. Dentro de mi pobre cabeza, hablándome con toda seguridad.

Desde aquel día mi camino de fe ha sido nuevo. No es perfecto. ¡Pero es tan distinto al de antes! Me han pasado otras cosas increíbles, tan milagrosas como esta, algunas os las podré contar. En todo caso os puedo asegurar que si el Señor puede hablarme a mí así cada día, puede hablaros a vosotros. Si Papá ha podido hacer esto conmigo, puede hacerlo contigo.

Puedes creerlo. Filtrar todo pensamiento antes de hablar y orar esperando respuestas antes de actuar no es asunto baladí. No es conforme a nuestra naturaleza de pecado y egoísta, pero podemos entrenarnos en este camino y funciona. Puedes pasar de ver como otros viven este tipo de experiencias a vivirlas tú mismo y a entrar en otra dinámica distinta. Lee el libro y descubre de forma sencilla lo que estoy intentando contarte en unas pocas líneas. Dios habla hoy y está esperando hacerlo contigo.