No es el título de la famosa Biblia en lenguaje cercano. Es una experiencia vital. Es una realidad palpable. En este blog hemos hablado de ángeles todo el tiempo y de circunstancias especiales que son susceptibles de una clara intervención divina.
No hace tanto tiempo he entrado en una nueva dinámica personal, íntima y real con el Señor que quiero compartir con vosotros. Un autor: Jim Hohnberger, abrió mis ojos, como nunca y nadie antes, acerca de la percepción de la presencia divina en nuestras vidas. El libro: Escape a Dios. Os lo recomiendo vivamente. Desde entonces me han pasado cosas extraordinarias. Muchas. Algunas son increíbles, otras entran en el cotidiano vivir como algo nuevo que antes no percibía de esta manera. He vivido situaciones sorprendentes e inesperadas. He aprendido que el Señor nos habla. Sí, no sólo a través de las circunstancias, de las personas o de la propia Palabra, elemento imprescindible y el más importante. Nos habla a través de nuestro propio pensamiento. Podemos conversar con él. A veces sólo son impresiones, intuiciones, y muchas otras mensajes claros, precisos, concisos que siguen el hilo de nuestros pensamientos, preguntas y preocupaciones en la espera de respuestas.
No, no estoy chiflado. No es una patología psiquiátrica. Os cuento en seguida la primera experiencia que viví. La primera de estas características. Me da un poco de vergüenza contarla, pero vale la pena. Es tan real como imposible, pero me sucedió.
Fue al poco de empezar a leer el libro. Un libro que agradezco a una buena amiga: Graciela. Un día me lo regaló y estuvo en la estantería durante más de un año, creo yo. Empecé a leerlo en el momento justo. Estaba necesitando una renovación, un nuevo nacimiento, un reavivamiento, un cambio fehaciente, palpable y radical. El Señor lo tenía preparado para mí en el momento justo. Él siempre va por delante, prepara el camino y las circunstancias, orquesta la vida como una sinfónica y todo encaja en su momento preciso…
Antes de seguir quiero deciros que toda la vida he sido muy racional. Me diréis, todo el mundo lo es. Quiero decir que es una extraña paradoja que haya sido una persona aferrada a la fe. Mi forma de pensar es más cercana al empirismo que a la creencia por encima de lo invisible. Por un lado he crecido en un medio de fe y mi tendencia, desde bien pequeño, ha sido creer y punto. En un determinado momento se combinó con aquello que llamamos madurez y que acaba imponiéndose porque está pujando desde la infancia hasta que se manifiesta, nuestro verdadero yo. Un yo más racional, que no es cuestión de inteligencia.
Sigo pensando que aquello que llamamos milagro esconde conocimientos y leyes que ignoramos y que no sabemos explicar. Veo a Dios como un científico, no como un mago y creo en su capacidad absoluta y total, un poco redundante pero así expreso mejor mi convencimiento, para crear y luego usar todo lo creado de forma que nada se deteriore y todo siga discurriendo de forma ordenada. Al revés de lo que le ocurre al ser humano. Nosotros hemos demostrado que somos únicos a la hora de generar el caos y alterar el orden natural de las cosas al tratar de arreglar el mundo y su entorno. Hacemos muchas cosas buenas pero en la misma proporción las estropeamos. Un ejemplo clásico: las medicinas…
Toda esta introducción es para explicar que entrar en esta dinámica de hablar con Dios en mi mente ha sido todo un reto, pero llegó a mi vida en el momento clave. Mi buena y querida esposa aprendió esto hace muchos años y siempre me ha dado lecciones. A veces envidiaba sanamente las respuestas que el Señor le daba cuando en momentos críticos le respondía a través de la Palabra o de otra forma, incluso en su propia mente. Yo siempre pensé que nuestro buen Papá del cielo se adapta a cada persona y responde de forma que cada cual le pueda entender y aceptar. Sigo pensándolo, pero llegó un momento en mi vida en la que Él eligió proponerme una nueva etapa. Estaba preparado, porque una cosa increíblemente buena que tiene es su sentido de la oportunidad, por eso es Dios. No hubiese podido sugerírmelo antes de forma tan eficiente, aunque poco a poco fue preparando el terreno. Pero insisto, estaba listo para algo distinto y lo necesitaba, ya no podía avanzar más sin seguir hurgando en mis dudas y temores, en mis miserias y mis lagunas. Entonces empecé a leer el libro y fue como abrir mi mente a una nueva realidad.
Empecé a hablar con Dios y a esperar respuestas. A escucharle. No de forma esporádica sino diariamente. Era casi contrario a mi naturaleza, porque una cosa era orar y otra escucharle. Nos habla a través de nuestra conciencia, es él, es el Espíritu Santo. Siempre está ahí, a veces en un leve susurro. Es esa convicción de que lo estás haciendo mal a pesar de que sigues adelante con tus absurdos planes, es ese temor de que estás avanzando por terreno peligroso a pesar de que crees que encima es Él quien te está llevando de la mano. Es esa sensación, esa impresión de peligro, ese aviso, esa alarma… Es a veces un pensamiento nítido y claro que te dice lo que es mejor hacer. A veces casi ni lo oímos y otras grita. Siempre está ahí y hemos sobreentendido erróneamente que simplemente éramos nosotros. En otra sentada os argumento un poco esto porque además hay textos bíblicos y experiencias claras de que la cosa es así, pero nunca nos las han contado desde esta perspectiva.
Me encontraba de camino a Víllora para realizar un entierro. Una querida veterana, Predes, había fallecido. En mi coche viajaban conmigo algunas personas de la iglesia de Timoneda, en Valencia, personas muy queridas para mí. El cielo estaba negro como esos días en los que piensas: “¡Nos va a caer una encima que no te cuento!” Entretanto íbamos hablando animadamente en el viaje iba orando para que pudiésemos tener un entierro sin contratiempos climatológicos, pero conforme nos acercábamos a la población la situación empeoraba. No las tenía todas conmigo.
Una vez en Víllora, fuimos a ver a la familia. Estaba todo preparado en un garaje de la casa del hermano de la difunta. Un garaje pequeño. El lugar era muy bonito, una de esas poblaciones que resultan entrañables y agradables en cuanto las pisas. La calle era estrecha y se llenó de gente, en aquel pequeño lugar nos arracimamos todos los que pudimos y pensé que sería difícil que todos me oyeran y que debía ser breve. Afortunadamente cuando se inició la ceremonia el anfitrión, persona muy respetada en el pueblo, pidió silencio y todo el mundo enmudeció. La estrechez de la calle y el silencio sepulcral fueron suficientes para que pudieran oírme. Hice una oración silenciosa e inicié la reflexión. Fueron momentos emotivos, pero mientras la luz del Señor brollaba en nuestros corazones, afuera la cosa se oscurecía un poco más.
Terminé pronto y como la costumbre era seguir andando al coche fúnebre hasta el cementerio, así lo hicimos todos. Andando podíamos haber tomado un camino corto que llevaba del pueblo al lugar y que circulaba por un sendero de tierra que pasaba al lado de un pajar, lugar rústico y hermoso. No era el recorrido que un coche de estas características pudiera realizar. Todos tomamos el camino largo que descendía hasta la carretera y que ascendía hacia la tierra del silencio bordeando el pueblo. Las nubes no podían tomar un color más negro del que ya habían adquirido y a mí la sensación de que volveríamos al coche empapados me iba venciendo. Empezaron a caer las primeras gotitas pero aún se aguantaba amenazante, aunque fuera por los pelos, el inmenso chaparrón que había estado ahorrando agua para el momento más inoportuno.
El cementerio era chiquitito en extremo. Los pocos nichos que había no levantaban más de dos apartamentos, y todo estaba salpicado de pequeñas lápidas. Era como una miniatura y muy antiguo. Para llegar al extremo donde habíamos de depositar los restos de Predes teníamos que sortear lápidas y tumbas que dejaban un paso estrecho. Había superpoblación en el lugar y las dimensiones configuraban un pequeño cuadrado que se recorría en apenas 30 pasos. Terminaron pronto porque hasta los operarios temían el chaparrón. Justo terminar empezaron a caer las verdaderas grandes gotas que anunciaban el diluvio que nos venía encima.
En ese momento estábamos saliendo por el arco de piedra de la verja oxidada de la entrada y todo el mundo se despedía apresurado porque además empezó a soplar un fortísimo viento que nos empujaba. Me giré para ver qué traía el viento, de espaldas al cementerio, y por la cuña de entrada que formaban dos montañas vi la que se nos avecinaba. El viento estaba levantando una polvareda tremenda. La lluvia se acercaba en forma de cortina. Ya sabéis. Hay chaparrones que avanzan como una muralla a través de la cual no ves nada. Las montañas iban desapareciendo mientras la cortina de agua y el polvo amarillo avanzaban impidiendo ver nada a su través. La verdad es que impresionaba porque los relámpagos centelleaban en medio de aquella mole que se acudía a nuestro encuentro con rapidez. Delante de nosotros los abuelitos del lugar, que eran la mayoría, se esforzaban en avanzar sin caerse al suelo, esta vez todos por el camino corto y de tierra. Se iban agarrando unos a otros y los gotones ya estaban volviéndose más violentos, rápidos e insistentes. Recordé el libro de Jim y lo que él estaba tratando de enseñarme en sus páginas. Oré. Le dije a Papá: “¿Señor, puedo atreverme a pedirte que pares esto? Inmediatamente una voz en mi mente, que parecía la mía pero que me respondía con una seguridad que no me era propia me dijo: “No tenéis más porque no pedís. Pídemelo.” Casi para mi sorpresa absoluta me sorprendí respondiendo: “Sea. Te lo pido.”
¿Qué pasó? No os lo vais a creer. Incluso mientras trato de escribir esto diez veces porque las lágrimas me nublan la vista y me equivoco de tecla continuamente de la emoción, aún me parece que no me ha pasado a mí. El viento cesó, las gotas dejaron de caer. Me entró como un ataque de fe porque la conversación había sido tan intensa como rápida y los acontecimientos sucedieron en un abrir y cerrar de ojos. Me giré. ¿Qué pensáis que vi? Nada. La muralla había desaparecido. Todo estaba empapado a pocos centenares de metros y más allá pero sólo soplaba un suave viento. El sol asomaba a lo lejos. Mis ojos se abrieron como platos y empecé a llorar y a dar gracias al Señor como un niño. No me lo podía creer. Me había pasado a mí y el Señor le había dado al pastor racional y en plena crisis de fe la lección más grande de su vida. Me conmocioné de pies a cabeza. Quería contárselo a alguien pero ¿a quién? Me animé a hacerlo con una buena amiga a la que le han pasado cosas tan sorprendentes como esta. Ella me creyó a pies juntillas. Le pregunté: “¿Oye Luisi, has notado algo extraño?” Ella me dijo con naturalidad: “Sí, que ha dejado de llover.” “No te vas a creer lo que me ha pasado”, le dije. Y vaya si me creyó. Juntos alabamos emocionados el nombre del Señor.
Devoré el libro con un hambre como nunca había tenido. Desde aquel día inicié el camino más abierto y sincero hacia una segunda conversión al Señor. Nunca antes había visto una orquestación tan grande del poder de Dios. Allí debió de haber mucho movimiento de demonios y de ángeles. El Espíritu del Señor estaba, os lo puedo asegurar. Dentro de mi pobre cabeza, hablándome con toda seguridad.
Desde aquel día mi camino de fe ha sido nuevo. No es perfecto. ¡Pero es tan distinto al de antes! Me han pasado otras cosas increíbles, tan milagrosas como esta, algunas os las podré contar. En todo caso os puedo asegurar que si el Señor puede hablarme a mí así cada día, puede hablaros a vosotros. Si Papá ha podido hacer esto conmigo, puede hacerlo contigo.
Puedes creerlo. Filtrar todo pensamiento antes de hablar y orar esperando respuestas antes de actuar no es asunto baladí. No es conforme a nuestra naturaleza de pecado y egoísta, pero podemos entrenarnos en este camino y funciona. Puedes pasar de ver como otros viven este tipo de experiencias a vivirlas tú mismo y a entrar en otra dinámica distinta. Lee el libro y descubre de forma sencilla lo que estoy intentando contarte en unas pocas líneas. Dios habla hoy y está esperando hacerlo contigo.
4 comentarios:
Gracias por compartirlo. Lo hemos estando leyendo Edmundo y yo, e intentaremos comprar el libro.
Una persona que leyó esta entrada me hizo una pregunta difícil, sincera y con verdadera intención de comprender. Me comentó cómo podía ser que ante la avalancha de desgracias y males que hay a nuestro alrededor, Dios me contestara una oración como esa para atender una petición tan poco grave y de tan poca trascendencia.
Es un buen amigo, cada vez conozco mejor su corazón y su deseo de comprender es siempre honesto. La pregunta no tenía ningún recoveco o escondrijo reservado para la ironía.
Yo también había pensado muchas veces en esto. Sinceramente. ¿Por qué Papá se había tomado la molestia de darme esa petición con un mensaje que puede ser tan doloroso cuando se comparte? “No tenéis más porque no pedís”, es una declaración fuerte, atrevida, insultante incluso, si lo piensas. Es como decirte: si no te doy lo que pido es que no estás ejerciendo suficiente fe. A renglón seguido me concede a mí una petición tan absurda como irrelevante…
Su pregunta hurgó en mi interior para entresacar las posibles respuestas. Sólo posibles porque no podemos pretender conocer las razones de aquel que lo sabe todo, que es inescrutable y a la vez impredecible.
Me oriente en esta posibilidad: Yo me encontraba en plena crisis de fe. Mi vida era un torbellino, padecía mucho por el caos interior y amenazaba con derrumbarlo todo a mí alrededor. Difícil explicar algo así. Pero soy ungido del Señor, ordenado al ministerio pastoral, llamado por Él a su servicio. El diablo estaba a punto de destruir en mí todo aquello que Papá se había empeñado en construir durante años. En la vida hay puntos de inflexión, hitos, momentos que pueden cambiar el rumbo completo de una existencia. Todos lo sabéis, porque tarde o temprano a todos nos llega un momento así. Creo que Papá quiso rescatarme en el terreno en el que el diablo me había hecho más daño. El milagro tuvo su por qué y su para qué. Yo lo sentí, lo viví y lo comprendí con claridad porque mi vida empezó a dar un giro de 180 grados. ¿Puede vivir eso un pastor? Sí. No hace falta estar perdido en el vicio, en lo que tan alegremente llamamos el mundo, de forma tan injusta y sectaria. Yo estaba perdido dentro. Para mí todo se había transformado en un laberinto, en un callejón sin salida, oscuro y peligroso. Esa es la trampa del creyente. Estar perdido dentro, no fuera.
Esa fue mi respuesta. La influencia que un pastor puede llegar a tener no es algo que menosprecio. Papá no consentiría que el diablo venciera sin hacer lo que fuera necesario con tal de rescatarme. Este suceso, en apariencia superfluo, marcó un antes y un después en mi vida. El inicio de un nuevo renacer, o en todo caso, la confirmación de un nuevo camino recién empezado. Para Papá resultó importante darle nueva vida a un hombre cansado, gastado, agotado, derrumbado, frustrado y casi deprimido. Cansado de tanta hipocresía, gastado por tantos combates contra el mal en primera línea de batalla, agotado de resistir en la trinchera avanzando herida tras herida, golpe tras golpe. Derrumbado por el peso que abruma y ahoga el espíritu hasta extremos inenarrables. Frustrado ante una comunidad que avanza más por convencionalismo y tradición que por fe y entrega sinceras. Casi deprimido ante la miseria ajena y la propia. Esta descripción podría ser interminable. Poca gente conoce la vida de un pastor por dentro. Es solitaria y dura.
Es cierto. Hoy sigo viendo la parte negativa, pero mis fuerzas se han renovado, no veo las cosas igual, he cambiado mucho por dentro. Mi espíritu vive en el pensamiento positivo. Todo es distinto. Pero insisto, el pastor, como muchas otras personas dedicadas a enseñar valores, verdades y amores divinos, es el enemigo público número uno de la hueste diabólica. Sólo el que milita para Dios en primera línea de batalla lo sabe. A todos los profesionales de la docencia, a todos los pastores y pastoras, a todos aquellos que trabajan en instituciones cristianas de una u otra forma, a todos aquellos que dedican su vida al Señor en el servicio: ¡Ánimo! Papá nunca nos abandona. Siempre está dispuesto a rescatarnos.
Los peores ataques no vienen nunca de afuera… Son los de adentro los que laceran, los que mutilan, los que duelen más… ¡Qué os voy a contar!
Me gustaría compartir en unas pocas líneas por qué creo que ese milagro tuvo su utilidad y su importancia. La influencia que un obrero del Señor, en paz con él, puede ejercer, es de unas dimensiones difíciles de calcular, para bien o para mal. El Señor me dio la mano y me levantó del suelo del desánimo y del dolor.
No olvido la importancia y la dureza de la frase. Creo, por lo menos pienso haber aprendido una grave lección: la oración puede cambiar más cosas de las que pensamos. ¿Cómo? No soy Dios, pregúntale a él. Sé que ocurre. Desde entonces lo estoy comprobando a cada paso. Hay cosas que no cambian de la noche a la mañana, pero la oración me pone a mí, en primer lugar, en disposición de que algo suceda por mi medio. Tengo en la mano más llaves de las que pienso para que muchas cosas cambien. La oración me prepara y me ubica, favorece la actitud positiva y me transforma. Mucho del entorno depende de nuestra actitud. Más de lo que queremos admitir. La obra de Dios en nuestra vida favorece que dicho entorno sea más favorable, más amable, más cercano, más conciliador, más fácil, más abierto…
Es cierto que hay problemas que no se resuelven. Nadie ha dicho que una oración pueda, per se, resolver las cosas. Depende de nosotros, o no. Los problemas tienen varias fuentes conocidas: el diablo, mi “vecino”, mi entorno, y yo mismo. Nos combinamos los cuatro multitud de veces. La oración me dispone a mí en primer lugar. El resto es otro cantar.
Papá nos da la fuerza para soportar, resistir, luchar y seguir adelante contra viento y marea. Muchos conflictos no desaparecen pero Él nos sostiene en la lucha.
A pesar de todo, mi oración por otro genera fuerzas activas más allá de toda imaginación. Hay una lucha invisible entre las fuerzas del bien y del mal y todos podemos apoyarnos mediante la oración. Alguno dirá: “¿Y el pobre desgraciado que no tiene quién ore por él?” Papá nunca nos deja solos. La oración tiene su efecto cada vez que pedimos por los demás aunque nos resulten desconocidos. ¿Qué hay de las oraciones que elevamos por la gente que ha sufrido una desgracia? Tienen su efecto aunque nos cueste creerlo. No tenemos que convencer a Papá para nada, no hay que recordarle nada, no hay que moverle a ayudar a nadie. Es él quien nos mueve a todos los unos por los otros. Él está detrás de todo lo bueno, de toda oración intercesora, de toda preocupación honesta y sincera. No nos engañemos. Él se mueve sin nosotros y a pesar de nosotros. A veces nos empuja a orar por algo y actúa para romper nuestros prejuicios y enseñarnos una lección.
¿Oramos y no obtenemos respuesta? Es que no escuchamos bien. Él siempre está hablando. Muchas veces, sólo requiere de nuestro entrenamiento, pero si oramos poco… “No tenéis más porque no pedís”. Muchas veces con poca confianza de que se nos escuche de verdad y de que la oración sirva para algo. Nuestra racionalidad la inutiliza, la invalida, la deja en la vía muerta… Es para pensarlo. Creo.
Hola, descubrí este blog al buscar información del autor del libro que mencionas. Quisiera unirme a tu testimonio y decir fehacientemente, que Dios es más real de lo que creemos y que si nos dejamos influir por su espíritu, podemos escuchar su voz de primera fuente.
Así además de pulir nuestro carácter y ser de bendición para nuestros seres amados, podemos alcanzar tal sintonía con Dios, que seamos canales de bendición para los milagros que Dios quiere hacer…pero que no puede, porque no hay nadie que le crea. Es increíblemente difícil y atrevido decirlo, pero a la luz de las escrituras, no sería difícil creer que a veces Dios solo tenga 1 hombre que le crea en toda la tierra, como fue en el caso de noé. Además la biblia dice que los tiempos finales serán como “en los días de noé” pero bueno…eso es otro tema.
También he visto en mi vida, como Dios ha impresionado mi mente en momentos muy relevantes, como en la cotidianeidad. Y definitivamente con un consejero como Cristo, no tenemos de que temer.
Un abrazo y adelante con su hermoso ministerio
David
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