lunes, 21 de marzo de 2011

¿ÁNGELES O DEMONIOS?



En nuestra vivencia diaria a veces nos sentimos arrastrados por las circunstancias: cansancio, falta de descanso, exceso de trabajo, demasiadas preocupaciones, muchas responsabilidades, prisas, presiones de todo tipo, vecinos intratables, compañeros de trabajo o estudio irritantes, soledad, tensión en la familia… Muchas veces nosotros somos causa y otras sufrimos los efectos. Formamos parte de un tejido social y no podemos escapar a la zona de influencia de todos los que nos rodean y viceversa.

Todos queremos ser hijos de la luz y, por qué no decirlo, lo somos por la gracia de Dios. Jesús dijo que de una misma fuente no podía salir agua dulce y amarga a la vez, pero no dijo nada de las alternancias y de los conflictos con distintos manantiales. ¿De qué agua bebo yo? es lo que me pregunta mi conciencia todos los días a cada minuto. A veces parece que cierro la llave de paso de una fuente y abro la de la otra. Sale toda por el mismo conducto. El agua de un manantial se puede envenenar, el agua se puede volver insalubre, pero si es buena podremos beberla tanto en su origen como en el grifo de nuestras casas. En todo caso la pregunta es ¿por qué estar conectados a dos instalaciones?

Todas las metáforas y otros recursos literarios y narrativos tienen sus carencias y sus matices, pero entendemos que Jesús quiso hablarnos de autenticidad y de coherencia, sobre todo porque todos entendemos que no puede salir agua potable e insalubre a la vez por el mismo caño. O sale una o sale otra.

En otro momento también añadió que nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno o a otro. Jesús entendió como nadie la miseria humana, sus debilidades y sus límites, razón por la cual el Padre lo eligió Sumo Pontífice. De su propia humanidad nace su capacidad para socorrernos, juzgarnos y ejercer misericordia: Juan 5, 22. 27 y Hebreos 4, 15-16. A pesar de conocer perfectamente nuestra inconsistencia e inconstancia, sigue extendiendo su invitación para que formemos parte de su equipo de ángeles, de mensajeros. Mensajeros de esperanza, de paz y de amor.

El diablo también hace lo suyo para arrastrarnos a su terreno y que nos veamos comprometidos con su grupo. Bando en el que es fácil entrar pero muy difícil salir, sin la intervención poderosa del Señor.
En general, diremos que si andamos por la vida dependiendo de Dios, será más fácil que el agua que demos a beber sea potable. Con mayor o menor dureza, con mayor con menor mineralización,  más cercana al manantial o pasada por una interminable red de tuberías, pero bebible, al fin y al cabo.

Mensajero de paz cuando, como un grano de café, sometido a altas temperaturas en al agua, soy capaz de impregnar de fragancia y sabor el continente de mi recipiente. Bajo presión, surge lo mejor de mí.
Mensajero del mal, cuando ante las adversidades, me pasa como al huevo que, sometido a  altas temperaturas en el agua, me endurezco. Quizás, por el contrario, me ocurre como a la zanahoria que sumergido en agua hirviendo me hago blando.

Me gusta más, me apetece mucho más, y más necesito aún, ser mensajero de paz. Ser ángel, no demonio.
Ángel, cuando los problemas arrecian y no pierdo la sonrisa. Ángel, cuando no estoy de acuerdo con algo y soy capaz de respetar al que tengo delante a la vez que le ofrezco otras posibilidades. Ángel, cuando me atacan sin razón y soy capaz de estar por encima de la agresión personal y sentir misericordia por el agresor. Ángel, cuando me reconvienen con razón y mi actitud puede refugiarse en la humildad del que está siempre dispuesto a aprender y a mejorar. Ángel, cuando sé reconocer mis errores y guardar silencio o pedir disculpas. Ángel, cuando teniendo la razón prefiero la fuerza de las acciones en el amor que la diatriba de los argumentos. Ángel, cuando sé con quién tengo que hablar y cómo hacerlo, cuando surge un problema, añadiendo así  nobleza y bondad a mis objeciones. Ángel cuando sigo el consejo de Jesús para la resolución de conflictos. Ángel, cuando en lugar de envenenar la mente de los demás hacia otros, adopto una actitud dialogante, honesta y directa en la resolución de conflictos. Ángel, cuando voy de cara y no soy engañoso. Ángel, cuando mis intenciones profundas para el bien  se corresponden con mis actos sinceros de amor. Ángel, cuando devuelvo bien por mal. Ángel, cuando tengo el valor de asumir mis ideas, diciendo la vedad y sin esconderme detrás de convencionalismos y sin pretender nadar guardando la ropa. Ángel, cuando soy valiente a la par que pacífico, sincero a la vez que cuidadoso para no herir al otro. Ángel, cuando me intereso y me ocupo por el dolor ajeno poniéndolo por encima del propio. Ángel, cuando en los peores momentos  no soy egoísta y tengo en cuenta a los demás por encima de mis propios intereses. Ángel, cuando dejo que la ternura, la dulzura y el amor de Dios exuden por mis poros en todo tiempo. Ángel, cuando soy capaz de someterme al suave susurro del Espíritu de Dios que habla en mi mente. Ángel, cuando dejo que salga agua dulce por mi boca si me siento agredido, atacado y defenestrado. Ángel, cuando mi alma se pone en armonía con el plan de Dios, sea cual sea. Ángel, cuando vivo el amor expresado en la Ley del Padre y en 1ª de Corintios 13. Ángel, cuando someto mi vida a Dios, aunque eso parece que vaya en contra de mis deseos más profundos y sea doloroso. Porque confío en él.

Demonio, cuando siempre recelo de los demás. Demonio, cuando no soy capaz de respetar al que tengo enfrente aunque se haya equivocado. Demonio, cuando veo maldad en la inocencia ajena proyectando en ella toda mi rabia y frustraciones personales. Demonio, cuando creyéndome en la razón de una situación determinada pierdo el control, las formas, la buena actitud, la educación, la sensatez y la cordura para acabar aplastando al otro y pidiendo que ruede su cabeza bajo la guillotina del bien supremo. Demonio, cuando me disfrazo de bondad y agredo sin piedad a todo el que se ponga delante en la condenada tarea de quitar la mota de polvo en el ojo ajeno. Demonio, cuando teniendo razón, la pierdo criticando ferozmente al que se ha equivocado. Demonio, cuando pido comprensión para mí e intolerancia para el otro. Demonio, cuando pido perdón para mí y castigo para el otro. Demonio cuando me engaño pensando que estoy bajo la dirección de Dios y, en cambio, estoy urdiendo planes contrarios a su voluntad. Demonio, cuando amontono madera para la hoguera de mi víctima, bajo el estandarte del bien. Demonio, cuando el sufrimiento ajeno no me importa y paso de largo. Demonio, cuando hago el bien por intereses personales. Demonio, cuando respondo mal si soy provocado. Demonio, si mi actitud es hostil y mis palabras destilan veneno, venganza y reivindicación a las primeras de cambio.

¿Ángel o demonio? Nosotros siempre podemos elegir. Territorio de ángeles. Ángeles entre nosotros. Yo, muy a pesar de mis propias inclinaciones malvadas, que las tengo, prefiero someter mi ego a la bondad superior del amor de Dios. Prefiero que sea él quien doblegue mi orgullo, porque nunca deja de amarme haga lo que haga y eso me motiva a confiar en él y a dejarme hacer. Prefiero ser ángel, porque demonios ya hay muchos y en cuanto me descuido me veo militando en su batallón. Y, os digo la verdad, todo mi ser se rebela ante esa circunstancia. Prefiero ser mensajero de paz, que portador de rabia. Prefiero ahogar mis instintos y mis “altas y nobles razones” en Dios dejando que fluya su amor, que dejarme llevar por el fuego santo que sólo ha encendido crueles hogueras en la historia. Prefiero no juzgar para no ser juzgado. Pero también dijo Jesús: por sus frutos los conoceréis. ¿Por qué nos han de conocer a nosotros? ¿Cuál es el distintivo básico de los hijos de la luz? El amor, la misericordia y el perdón. No hay otra señal de identidad que Jesús nos haya ofrecido con más claridad. Ofrecida porque no es nuestra, porque nosotros no la podemos producir. Su amor sublima toda carencia humana, la supera con creces. Se implanta en el corazón humano y nos convierte en verdaderos ángeles.

¡Ay! ¡Yo lo prefiero! Y no será porque no haya en mi interior un demonio latente que me pide guerra y batalla. En cambio, si dejo que el poder del Padre lo sofoque, mi vida se convierte en una sinfonía armoniosa y maravillosa.

Es preferible callar si su Espíritu no impregna mis palabras, porque además, mi mayor drama, es que muchas veces denuncio como malo, aquello que Dios ha llamado bueno, y aquello que nuestras convenciones humanas han llamado limpio, resulta ser sucio. La vida está llena de paradojas terriblemente sorprendentes.

¿Ángeles o demonios? A mí el cuerpo y el espíritu me piden lo primero, porque en esto conocerán que sois mis discípulos… Todos sabemos cómo sigue. 

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