Cuánto más leas este blog más afirmarás dos posibilidades, o quizás una tercera: cerrar y dar la espalda, observar por la mirilla, o abrir la puerta. Sí, porque parece increíble que pueda estar compartiendo todo lo que lees aquí. Muchas preguntas vienen a tu mente como vinieron a la mía. “¿Es posible realmente todo lo que me están contando?” O, “mira, hazme un favor y cuéntame cosas que sucedan a gente de estos lares porque tengo la sensación que esto sólo les ocurre a personillas de otros países”…, con el consiguiente prejuicio cultural que esconde esta afirmación…
Sabéis de lo que hablo. Por eso, los relatos de personas de otros países están mezclados con experiencias de la gente de aquí, tan racional, inteligente, preparada, empírica, desarrollada, estudiosa, reflexiva, juiciosa, lógica y razonable. ¡Ay, que se me escapa el sarcasmo por los dedos y no me gusta! Os pediría disculpas y os diría que me he dejado llevar, pero en una redacción un pelín elaborada eso no cuela. Bueno, vale, lo siento, pero es que es una autocrítica que me impongo, no puedo presumir de nada porque en este prejuicio he caído yo mismo.
No, no es casual. Hemos llegado a pensar que ese tipo de cosas sólo les ocurre a las personas de grado mental inferior, manipuladas, enfermas, esquizofrénicas, obsesivas e iluminadas. Lo he escuchado muchas veces. Yo mismo lo pensé durante un tiempo y en círculos cerrados lo hemos comentado. Nunca se dice en público para que el hermanito que se cree tocado por el dedo de Dios no se ofenda, ni se sienta humillado, pero subyace en el fondo un espíritu que se cree superior al otro. A ese al que le pasan cosas que no encajan en nuestra mente racional. Sé de lo que hablo, lo he vivido muchos años. Lo hemos compartido juntos. También contigo, si me estás leyendo y me conoces desde hace años.
Ahora ya no. Por eso también me atrevo a contarte cosas que me han sucedido a mí mismo desde hace tiempo. Válgame la insistente redundancia. De forma ocasional, en años pasados, porque nunca abrí demasiado la puerta a esa forma de vivir con Dios, y ahora de forma continua porque por me atreví a intentarlo desde el fondo del pozo, pero esto ya te lo he contado en otras entradas en este mismo blog.
Esta historia que comparto contigo no es de nuestro continente. No será la primera ni la última, sucede allí y afortunadamente sucede aquí.
Un domingo, Elia Martínez, de Colombia, visitó a un comerciante y a su esposa en su hogar. Elia era colportora, vendedora de libros religiosos en su país. El matrimonio se mostró excitado desde el primer momento. Mientras Elia presentaba los libros sentía una creciente extrañeza ante su inusitado interés. Al final de su presentación él le preguntó: “Usted dijo que con esta obra nos traerá la Biblia. Entonces anóteme. ¿Usted cree en Jesús?”
Elia respondió: “Claro que sí”.
A continuación le contó que hacía cinco días que él y su esposa habían tenido un mismo sueño y a la misma hora. Esa noche, él se había despertado impresionado y despertando a su esposa le dijo: “Despierta, que te voy a contar algo hermoso”. Acababa de soñar con Jesús. Lo había visto amable y atrayente y había oído una voz suave y dulce que le había dicho: “Sigue a Jesús. Ten fe en él. Pronto vendrá una persona que te explicará más”.
La esposa se emocionó muchísimo porque acababa de tener el mismo sueño y había escuchado la misma voz con idéntico mensaje.
En medio del relato, ella añadió un detalle que conmovió a la colportora. Le dijo: “Esa voz suave y dulce que oí en mi sueño era la misma voz de usted”. Entonces añadió: “Venga a enseñarnos la Biblia”.
Esa misma semana Elia comenzó a estudiar la Biblia con ellos y empezaron a asistir a la iglesia.
¿Raro? No. He conocido a personas así. Mi propia madre una vez tuvo un sueño que le advirtió de una mujer a la que no debía recibir, o por lo menos ella tuvo una extraña sensación de peligro cuando la vio subir las escaleras de mi casa. En el sueño una persona llamaba al timbre y un vecino la abría la puerta. Comenzaba a subir las escaleras y mi madre se asomó a ver quién era; nosotros vivíamos en el último piso. Su mirada se cruzó con la de la visita y ella sintió miedo.
Se levantó al día siguiente con aquel mal cuerpo que le dejó el sueño y con el rostro de aquella señora grabado en su memoria. Nunca la había visto. En ese tiempo mi madre se debatía entre algunas opciones religiosas. No tenía claro si debía quedarse donde estaba, explorar otras opciones. No tenía la seguridad de en qué iglesia recalar.
Sorprendeos. Durante la mañana llamaron a los timbres. Una vecina abrió. Le gente no eran tan desconfiada hace más de cuarenta años. La señora que había llamado empezó a hablar con la vecina del primero. Era una mujer de determinada filiación religiosa. Mi madre se quedó escuchando en el hueco de la escalera con curiosidad. La vecina la despachó amablemente y siguió subiendo la escalera para seguir llamando a las puertas. En una casa de tres pisos, los que habéis estado alguna vez en mi casa lo sabéis, es fácil controlarlo. Cuando estuvo en el ángulo de visión de mi madre y la observó, se le heló la sangre en las venas. ¡Era la señora del sueño! La susodicha señora no llegó a alzar la mirada hacia mi madre, pero ella la reconoció perfectamente. Era la señora de su extraña pesadilla.
Se metió en casa corriendo y cuando llamó al timbre, previa visita a la vecina del segundo, no abrió la puerta y se hizo la ausente.
¿Casualidad? Cuando ella explicaba esto siempre insistía en que nunca había visto a aquella buena mujer, pero para ella el mensaje de Dios fue claro: “Esta opción no te conviene. No la escuches”. Desde aquel día mi madre frecuentó más la iglesia que tú y yo conocemos bien. Se sintió llevada por la mano de Dios y protegida de rodeos. Otros deben darlos, mira por donde, pero el Señor conoce lo que a cada uno le conviene más.
Conocí a una señora extraordinaria que dio muchos rodeos para encontrarnos. Lourdes. Escucharla es comprobar cómo la fe de una persona es capaz de rebuscar hasta debajo de las piedras con tal de encontrar lo que necesita. Ella es muy racional. Es una mujer muy culta y preparada. Pero el Señor no le dio respuestas inmediatas. Tuvo que leer aquí y allá, tuvo que estudiar con estos y con aquellos para llegar a conclusiones que su mente pudiera haber asimilado, racionalizado y comprendido. No se hubiera quedado a las primeras de cambio con lo que ahora tiene. Tuve el privilegio de bautizarla.
Otro hubiera protestado a Dios por tanto rodeo, pero ella daba gracias al Señor por haberla llevado con paciencia hasta el camino que buscaba. Sí, se preguntó muchas veces el porqué de una búsqueda tan larga, pero en nuestras conversaciones, pareció quedar claro que tenía que ser así. No es que Dios se esconda sino que nos prepara para recibir el mensaje que tiene listo para nosotros cuando llega el momento oportuno. No nos abandona, nos acompaña, nos guía y cuando por fin encontramos nada nos mueve del sitio porque hemos alcanzado la seguridad y la convicción de que hemos hallado lo que anhelábamos.
Mi madre no era así, era más sencilla en sus planteamientos, pero también dio sus rodeos y tuvo su tiempo de decisión. Alguno me dirá, acabas de caer en una contradicción porque esto que dices ahora no encaja con tu discurso del inicio. Pues mira, no. Porque yo he sido como Lourdes, y creo no haber perdido un ápice de racionalidad, que no es sinónimo de inteligencia, no nos confundamos, todos somos inteligentes y hay muchos tipos de inteligencia, y en cambio estoy viviendo cosas que antes sólo les ocurrían a personas que yo tildaba de crédulas. Ya ves que paradoja. No hay dos casos iguales.
Como vengo diciendo hace tiempo: “Atrévete, déjate ir, aparca tus defensas intelectuales y ábrete a otra forma de vivir la fe. Curiosamente no perderás inteligencia ni intelectualidad, sino que la enriquecerás”. Nadie es mejor que otro por creer esto o aquello o por vivir las cosas de una forma o de otra. Lo que comparto aquí contigo es una alegría por haber descubierto salas del palacio de la fe que para mí habían estado cerradas porque nunca quise usar la llave que me ofrecían, pero estamos en el mismo palacio. El mismo que el de las personas que no creen, ya ves. Porque soy de los que piensan que Dios bendice y ayuda a todas las personas de buena voluntad.