lunes, 28 de enero de 2008

EDUCANDO EDUCAN-DOS

Para llorar. Miércoles por la tarde, conduciendo hacia Valencia, escucho la noticia por la radio y me quedo tan sorprendido que de repente no sé hacia dónde iba ni porqué.
El juzgado de lo penal número 5 sentencia que obligar a un niño a ducharse no constituye una conducta repugnante o vejatoria. La Audiencia Provincial de Murcia se ha pronunciado con rotundidad. Después de este encabezamiento mi cabeza empieza a echar humo pensando qué situación puede haber dado lugar a semejante sentencia. Aunque parezca obvio, el hecho no es que la madre ante la tozudez e indocilidad del niño lo haya llevado a la ducha a la fuerza y lo haya mojado incluso con los pantalones puestos, sino cómo ha llegado a producirse la denuncia porque me extrañaba mucho que un niño de siete años, por muy malas pulgas que tenga pudiese denunciar a su madre por una cosa semejante.
Cuando indagas descubres que los padres andan de muy mal rollo y al padre le ha parecido mal domar a su hijo en su alarde de autoafirmación. Resultado, uno denunció al otro y viceversa. El padre pierde y decide recurrir a la Audiencia de la que obtenemos esta sabrosa noticia y curiosa sentencia. Las peleas de los padres causan desorientación y una conducta desordenada a los hijos. Algunos olvidan que educando, educan dos. En armonía. Cuando uno tira hacia un lado y el otro hacia el opuesto, el niño que está en medio opta por hacer lo que le place, sufre arrebatos de mal humor y pataletas por lo que o consigue y trata de llamar la atención porque no se siente querido.
Marcar límites es algo muy saludable que los niños necesitan que hagan sus padres. Límite para aprender a respetar, para saber hasta dónde llegar y dónde es mejor no meterse, para evitar peligros, para aprender una conducta socialmente aceptable y que le evite problemas y rechazos, para sentirse protegido, cuidado y amado, para mantener la estabilidad emocional y crecer sin carencias. Muchas son las ventajas. Sin límites los inconvenientes son innumerables. Pero, pobrecito niño mío, ¿para qué lo vamos a contradecir? Dicen algunos padres con tendencia a la lasitud. ¿Para qué vamos a hacerle pasar un mal rato contradiciéndolo? ¿Para qué vamos a ponernos de los nervios tratando de doblegar su voluntad? ¿Vale la pena limitar su libertad y autoafirmación y no será eso más negativo que beneficioso?
Para llorar. El resultado de este sistema educativo ha producido en nuestra sociedad multitud de personas que se frustran cuando no consiguen lo que quieren, que tiene reacciones agresivas cercanas a la violencia, que reaccionan con desmesura ante las dificultades, que no tienen escrúpulos si llega la ocasión de aplastar a alguien cuando quieren alcanzar un objetivo, o que no son capaces de luchar por nada y están esperando que todo les sea servido.
Una locura. Por eso no podemos olvidar que la educación lo es todo. La buena, la que requiere principios, valores, la que encuentra el camino de su verdadera libertad en el respeto a su vecino, la que proporciona individuos libres de complejos, de carencias y de incapacidades éticas, morales y sociales.
Para meditar profunda y seriamente, la verdad.

No hay comentarios: