martes, 8 de enero de 2008


¿POR QUÉ NO TE CALLAS?

Una frase ha dado la vuelta al mundo y no es la de un pensador, ni la de un filósofo, ni la de un escritor, ni la de un gurú espiritual. Todos la hemos oído y no es este el lugar ni el foro adecuado para añadir comentarios a todo lo que se ha dicho. Sin embargo, a partir del contexto desde el que la famosa frase emerge me puse a pensar en Dios y en nosotros. En las veces que mi Padre celestial podría decirme en tono de autoridad una frase como esta y las ocasiones en las que me lo ha dicho, si he sido capaz de interpretar su Palabra y las circunstancias de mi vida.
La reflexión me sorprendió por la facilidad con la que vino a mi mente y por la cantidad de aplicaciones posibles a mi vida personal y a la de la comunidad cristiana en el mundo, sin dejar fuera al común de la sociedad.


LAS PROTESTAS A DIOS
Los seres humanos somos especialistas en el peligroso “deporte mundial de darle a la lengua”. Criticar es nuestra especialidad. Se puede criticar absolutamente todo y lo hacemos justificando de mil maneras nuestra verborrea social.
En el ámbito cristiano, que es el nuestro, es doloroso comprobar que tenemos una tendencia innata, por causa del pecado, a protestar todo lo que no entendemos, todo lo que no aceptamos y todo lo que no nos gusta, a Dios. Él recibe con paciencia y misericordia todos nuestros desatinos mentales y verbales y tiene hacia nosotros el hermoso detalle de transformar lo que se nos ocurre elevar a su trono. Dice el texto: “Además, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos pedir lo que conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. El que sondea los corazones, sabe cuál es la intención del Espíritu, y él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios.” Rom. 8: 26, 27
No podemos señalar a los incrédulos por acusar a Dios porque cuando en nuestra vida cristiana arrecian las tempestades salen de nosotros expresiones tremendas que reflejan nuestro pensamiento desconfiado, rebelde y falto de confianza verdadera. Nuestro desconocimiento de Dios sale a flote y llegan las dudas y las protestas.

Palabrería humana y muy cristiana
Nuestra ignorancia es atrevida por mucho que parezca estar justificada, como en el caso del ejemplo de dolor más absurdo de todos los tiempos, Job. Nos olvidamos de que Satanás sólo piensa en nuestro mal y que nos odia sólo por ser seguidores de Jesús, él es la verdadera causa del sufrimiento. Job también fue atrevido. Dicen que la ignorancia es atrevida y como no somos capaces de seguir confiando en el amor de Dios nos vemos en el brete de intentar explicar todo lo que nos pasa. Discutimos interminablemente sobre lo que el Padre piensa, sobre lo que hace y lo que no hace y sobre todo acerca de los porqués.
Lo único seguro es que nos ama con amor invariable e inamovible, pero el dolor pone a prueba esa fe que decimos tener cuando todo va bien. Lo peor de lo que llamamos “pruebas” es descubrir que nuestra fe no parece tan sólida como pensamos. Es frustrante y eso nos conduce a cuestionar ante el Señor sobre la “necesidad” de pasar por ciertas situaciones.
Muchas de nuestras oraciones contienen en gran medida preguntas, ruegos y quejas mientras que las alabanzas, la gratitud y la confianza se pierden por el camino… Quizá muchas de nuestras oraciones podrían recibir una contestación como esta: “¿Por qué no te callas?”
La teología se transforma muchas veces en un esfuerzo por explicar a Dios que cae en el error del crítico literario de atribuirle al texto más mensaje de el que tiene per se y al autor del texto, más intención, más significación y el añadido y consabido psicoanálisis... Sin dejar de afirmar que la biblia es un pozo sin fondo con enormes tesoros por descubrir, es cierto también que muchas veces los teólogos no somos capaces de buscar el mensaje de Dios porque tenemos premisas preconcebidas que sólo nos guían a la búsqueda de todo aquello que confirme nuestras propias vanas teorías. La teología es el intento humano de entender a Dios pero interpretar al Creador es un camino todavía, a mi parecer, muy inexplorado. Lo más seguro que conocemos de él es Jesús. Una de las buenas razones de la venida de Jesús a este mudo fue precisamente la de explicar a Dios, si me apuráis de “re-explicarlo”, porque la “vieja teología”, si me permitís que llame así al conocimiento humano acerca de Dios antes de Jesús, lo había confundido todo. Había oscurecido el verdadero carácter del Creador. Cristo viene a limpiar conceptos, viene a darnos a conocer lo más importante de Dios y lo primero que ponemos en duda, incrédulos y creyentes en cuanto tenemos más problemas de la cuenta, es que Dios es amor. Nosotros nos empeñamos en volver a conceptos desfasados y a veces pasamos por el crisol de tener que sufrir escuelas sabáticas que andan, no por las sendas antiguas sino, por las prehistóricas. Pienso en la cantidad de libros que hemos podido leer, en la cantidad de comentarios, artículos y conferencias expresadas en distintos foros cristianos y en las veces que Dios ha podido decirnos a cada uno: “¿Por qué no te callas?”
Hay una buena teología y una mala teología. No son a veces tan fáciles de distinguir. Pero en nombre de Dios, la teología no es más que una disciplina humana, se siguen diciendo verdaderas barbaridades, incluso en el seno de nuestra propia iglesia. Teología sin inspiración divina: orgullo, prepotencia y temas que solo generan enfrentamiento.
¿Por qué no callamos cuando no estamos seguros o no sabemos qué decir? Siempre es mejor expresar: “no lo sé”, “no estoy seguro”, que caer en la trampa del absolutismo fundamentalista tan arraigado en la necesidad de nuestra debilidad, de nuestra urgencia por tenerlo todo atado y bien atado. Por la prisa innecesaria de tener que explicar hasta el por qué de lo que no tiene razón de ser. ¿Acaso tenemos miedo de parecer ignorantes o de mostrarnos limitados? Guardemos un silencio seguro, lleno de seguridad y de afirmación de nuestro conocimiento del carácter de Dios. Es más elocuente un rostro sereno, firme, amable y confiado que no aventura hipótesis como si fuera el propio Dios, que el rostro inseguro, insaciable, ansioso, impaciente e intranquilo del que busca con desespero una razón para seguir amando, respetando y confiando en el Señor.



EL SILENCIO DE LOS CORDEROS
A veces mejor sería que guardáramos silencio. “A veces hasta sobran las palabras cuando se trata de hablar sencillamente de amor”, reza el verso de Alberto Cortez en una célebre canción. En ocasiones debemos dejar que nuestras acciones vayan por delante de nuestras palabras. Pero muchas veces van detrás, otras, muy atrás. Un texto conocido dice: “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado” Mat. 12: 37
Somos esclavos de lo que decimos y no siempre el valor de la mesura, del respeto, de la prudencia, de la cortesía, de la humildad y de la sensatez guían nuestras conversaciones acerca de nosotros mismos, de los demás y de nuestro propio Señor.
Mejor representar bien a Dios con los hechos que con las palabras. Está escrito que al final algunos le dirán desesperados: “¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo enfermo o en la cárcel?” Mat. 25: 35, 36 Ese es el momento triste en que haciendo paráfrasis de la declaración bíblica podemos afirmar que el Señor les dirá: “¿porqué no te callas?”
Mejor será actuar que hablar. Mejor será darse a los demás sin medida que estar pendiente de respuestas, mejor que Dios hable a través de nuestros hechos que tratar de interpretar los silencios de Dios. Es más seguro, más reconfortante y, desde luego, más útil.
¿Qué sabemos nosotros de lo que el Señor piensa? Una conocida declaración de nuestro propio Dios debería poner freno a nuestro frenesí de inquietud: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos –dice el Señor. Como es más alto el cielo que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos.” Is. 55: 8,9

¿POR QUÉ NO TE CALLAS?
Habría tantas razones para que Dios nos dijera con autoridad más de una vez: “¿por qué no te callas?” que este artículo sería interminable y sólo pretendía abrir una ventana a la reflexión. De vez en cuando hasta los monarcas se hartan, se cansan y se atreven por una vez a perder la postura políticamente correcta. Hasta Jesús, movido por la pena de un pueblo rebelde, desagradecido, duro de cerviz y que le hacía llorar más veces de las que cuentan los evangelios por su ceguera llegó a decir: “¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tengo que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar?” Mat. 17: 17

¿Y si Dios me dijera, por qué no te callas? ¿Y si le dejáramos hablar? ¿Y si no hiciéramos tanto ruido y su voz pudiera oírse?
Dios nunca pierde la paciencia pero tiene toda la autoridad para darme ese reproche.
Hay muchas ocasiones en las que Dios podría decirnos esto:
o Cuando hablamos acerca de lo que no entendemos.
o Cuando pretendemos hablar en su nombre y caemos en la osadía de realizar afirmaciones que sólo Dios puede declarar.
o Cuando defendemos nuestras opiniones a sabiendas de que no todo lo que decimos es cierto.
o Cuando tenemos más cosas que callar que el que tenemos enfrente, o simplemente cuando nosotros mismos no somos irreprochables.
o Cuando no sabemos algo con absoluta certeza.
o Cuando Dios está realmente hablando.
o Cuando no tenemos razón y sólo hablamos por orgullo.
o Cuando nuestras acciones no están en armonía con nuestros discursos y carecen de coherencia.
o Cuando los demás están hablando.
o Cuando deberíamos estar escuchando y tratando de entender las razones ajenas.

Le pediré al Señor sabiduría para saber cuándo es mejor callar, porque sobre esto es tan susceptible de matizarse desde el prisma personal de cada uno, que sólo Dios puede hablar a cada uno según su entendimiento, posibilidades y temperamento para andar por el camino de la prudencia. Te invito a hacer lo mismo.

Carlos Catalán

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